Sunday, August 07, 2016

treinta y ocho




Treinta y ocho años y aquí estoy.
Me parece increíble haberlo conseguido
pero aquí estoy, joder,
con vosotros.

He sobrevivido a nacer (con lo difícil -ahora lo sé- que es eso de nacer
O tan siquiera ser concebido)
y, antes de los 5 años, a todas las enfermedades infantiles que a lo largo de la historia hayan figurado en el jodido Vademécum
-qué suerte crecer en el llamado primer mundo. Siempre he pensado que en condiciones naturales la selección genética me habría descartado enseguida-.
Sobreviví a mi descubrimiento experimental de la procesionaria en “el árbol de las orugas”,
a dos días enteros con hipo –incluyendo sus respectivas noches-,
a bañarme antes de que se cumplieran las dos horas de digestión,
a una extraña enfermedad en la cadera izquierda que me aprisionó a los 9 años en la cama, sin almohada, mientras escuchaba a los otros niños jugar en la calle, y que trajo a mi vida al diario de Frida Kahlo y al dibujo como compañeros.
He sobrevivido a tener prohibido bailar,
a Torrebruno
y a un montón de extracciones de sangre.
A cada uno de los viajes atravesando la península en el asiento de atrás de un coche prehistórico sin aire acondicionado
ni airbag.
Joder, a veces, hasta sin cinturón de seguridad.
He sobrevivido a las peleas con mi hermana gracias a los mordiscos,
y a ser la empollona de la clase gracias a mi hermana.
A una educación férrea que exigía la perfección y que hacía que el fantasma de la ansiedad se precipitara desde la boca de mi estómago cada mañana de colegio durante años,
 y a la auto-exigencia posterior que me ha perseguido de por vida como una mala secuela.
He sobrevivido a una media de 1243 fracasos por año, y no ha pasado nada.
A perderlo todo en una noche menos mi cámara y mi dignidad.
He sobrevivido al puto drama del niño dotado,
a leer a Cohelo y a aprenderme la lista de los reyes Godos,
al descubrimiento, tiempo después de mi primer beso con mi ídolo adolescente, de que no tenía superpoderes,
a incontables trabajos precarios y surrealistas que me han permitido ser lo que soy y hacer lo que me gusta,
Al paro.
A la jodida depilación laser que no tiene nada de indolora,
a subir con tacones la cuesta de los chinos,
a una disentería amebiana en Kathmandú entre cortes de luz y vómitos de sangre,
al desamor
y al amor no correspondido.
He sobrevivido – y, joder, hay tantas que no tuvieron tanta suerte!-
a volver sola a casa cada noche, incluso cuando tenía que atravesar el Corona Park -mas oscuro que el alma de Darth Vather- cada día al salir del trabajo para coger el 7 en Mets, pertrechada solo con un silbato.

He sobrevivido- como la mayoría de las que nacimos con vulva en un mundo dominado por hombres - a amenazas, extorsiones calladas, agresiones y abusos, a los noes por síes, a los “ a ver, bonita”, a las persecuciones, las llamadas nocturnas, la objetualización, al hablarle a mis tetas
y a la cotidiana tiranía de un sistema inventado para hacernos sentir mal con nosotras y entre nosotras.
A la soledad que supone a veces ser uno mismo,
a 105.568 cigarrillos y a 156 horas de vuelo,
A una procesión de gobiernos corruptos cegados de poder y liderados por políticos a los que jamás les he importado un carajo,
al boicot de un número finito de mediocres que no saben amar ni amarse.
He sobrevivido a la trombofilia hereditaria,
a pasear desarmada por Cité Soleil,
a procesos de selección dehumanizadores,
a la muerte de alguien que me importaba,
a estar prometida con un espectro,
a un vestido de boda en una percha, 
a un anillo perdido
y a los múltiples magos de mi vida que ejecutaron su desaparición.

A imaginar el rostro de una hija que nunca nacerá,
a una histerosalpingografía,
a ser llamada “estéril” por una bata blanca con peluquín,
a un volumen aproximado de 142 piscinas olímpicas en lágrimas vertidas.

Y si, joder, me ha costado llegar hasta aquí….

me ha costado una pulmonía una hernia y 5 extracciones molares,
tantas mudanzas como dedos, desamores y oportunidades.
Me ha costado perder la fe, la esperanza, y la caridad.
También la claridad y la calidad,
para ir perdiendo el miedo.
Me ha costado una constelación de cicatrices por dentro y por fuera,
unos kilos de mas,
unos pocos compañeros de menos,
una corona de canas -o de espinas-
que oculto -tengo que confesar- regularmente con nutrisse 03 de Garnier.
Me ha costado soplar muchas pestañas, y velas, y dientes de león
el darme cuenta de que me hacía falta mancharme las manos para amasar mis sueños.

Y menos mal que os tuve, que si no….

Si no… no hubiese podido ver la chatarra brillar como si fuera oro,
tener una fabulosa capa nupcial de vuelo,
recorrer en un “temo” los 484km de la carretera Manali-Leh fascinada con el paisaje lunar del Himalaya,
leer a Rilke, a Calvino, a Bonilla y a Bradbury,
vibrar con Mayakovski y con Perec y querer ser un libro
darle fuego a Paul Auster en una fiesta,
Cenar con Patti Smith en Tribeca mientras le traducía los wassaps de su amante,
Disfrutaros, conoceros, viviros,
hacer croquetas con doble capa,
beber Moet Chandon bajo la lluvia,
comer uvas con queso,
saber quién soy ahora,
y aprender a montar en bici pasados los 30…

Si no, no habría tenido la suerte de jugar a las palabras encadenadas una noche en GOR en la que las estrellas caían en racimos,
y convertir en un rito la fiesta de la democracia.
No habría tenido la suerte de enamorarme de la etimología,
o de despertarme con las gaviotas sobrevolando mi terraza imperial,
de bailar con Bregovic y Bowie,
de poder tocar un Picasso y un Christo aunque sea con guantes.
No habría tenido la suerte de fotografiar fábricas abandonadas, héroes anónimos o animales disecados,
de aprender con otros y hacer de eso un empleo sólo apto para locos,
de descubrir la magia del misterio,
de ir a una alerta OVNI,
de asumir mi vulnerabilidad con coraje,
y entender qué significan las palabras “empoderar”, “familia”, “en-chufarse” o “AMOR”.
No habría podido ver la aurora boreal un 31 de diciembre a -20ºC,
una de Billy Wilder,
o un partido de la selección,
o un Bourgeois, o un Twombly, o un Durero,
o la Alhambra de noche,
o el Monte Coronado.
Nunca habría tenido un gato mensajero,
una gata sin pelo,
un perro que come mejillón de Nueva Zelanda,
una familia muy aconvencional,
dos pilares,
un sombrero morado,
los mejores amigos,
un sofá en la tormenta,
una “sonosofía”,
o pájaros tatuados en el cuello,
o un mote.

Menos mal
que gracias a vosotros
aprendí del milagro de estar viva.




Sofía de Juan

7-7-16

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